Los misterios de Rosario

Los misterios de Rosario
César Aira

¡Hoy estoy pum para arriba! Y quiero escribir algo espectacular, lleno de lindura y color y musiquita sobre César Aira, el señor alto y elegante de Flores que nos inspiró a todos. Porque para mí, Aira es color y esperanza. ¿Quiénes somos todos? Bueno, cien, mil, miles de personas a lo largo de este mundo. Aunque comienzo a temblar porque no sé si lo haré. Ya sé, voy a hacer como hace él: ¡inspiración, espontaneidad brutal!

En cuanto al libro que ustedes tienen en sus manos, tengo un par de preguntas, ¿están todavía ahí? Bueno, como sea, si no, me pregunto a mí mismo: ¿es posible que a cualquiera pueda pasarle la cosa más asombrosa del mundo? Nunca jamás en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Rosario se vivieron días iguales. Desde el profe Alberto Giordano, que cruza una tormenta de nieve para ir a dar un seminario al que no va nadie ?¡a las nueve de la mañana!?, hasta negras africanas vueltas editoras y rosarinas, pasando por el excéntrico Rincón Fox, que boga por la autoedición como única salida. ¿Aira está loco o es un adelantado? Los misterios de Rosario es, sobre todo, un homenaje a una fauna reconocible de la ciudad más linda de la Argentina. Pero también es una buena reflexión sobre las relaciones en el mundo de la cultura (entre editores, profesores, estudiantes, seminaristas). Y en medio de estos personajes tan identificables en la vida real como aventureros, aparecen el bar El Cairo y una tormenta de nieve y hielo que le sirve a Aira para ir destruyendo todo lo que encuentra (bien lo dice desde el título, que no es gratuito).

Como si fuera poco, esta es también una historia de terror y suspenso al mejor estilo Stephen King, en la que Aira hace del procedimiento literario un verdadero milagro. ¿O acaso no es terrorífico que una chica llamada Olivia controle el clima desde los techos de la Facu de Letras? ¿No es ?suspensivo? que tres editoras negras, africanas y rosarinas tiren para atrás la edición de un libro de ensayos? ¡Pobre Alberto Giordano!
Washington Cucurto